Los artículos que se transcriben a continuación, son del British Packet and Argentine News, periódico en lengua inglesa, que aparecía semanalmente en Buenos Aires. Se publicó durante muchos años, desde 1826 hasta 1858. Prueba de la importancia que habían adquirido las vinculaciones comerciales entre el Reino Unido y las comarcas de ambas márgenes del Río de la Plata. Las páginas de esta publicación reflejaban no sólo sucesos políticos sino también la situación económica y social, las costumbres, la actividad cultural y la repercusión de algunos acontecimientos del exterior.

Hemos elegido algunos artículos, que, (si omitiéramos la fecha de publicación al lector), y haríamos un juego con él, preguntándole si presume o tiene una idea de cuando, de que fecha puede ser esta publicación, probablemente, creería o diría que se trata de un artículo de algún suceso de la política nacional, acontecido en estos días del año 2002. Por supuesto que la historia no se repite, como muchos creen, pero sí, si, los problemas no se resuelven en el tiempo, ocurrirá que muchos años después, el acontecer y desarrollo de estos nuevos sucesos, parecerá casi una repetición de lo ya acontecido. Valgan como muestras estos artículos, por ahora, que al leerlos, muchos seguramente creerán que se trata de un hecho actual, no pensando jamás, que en realidad sucedieron hace ya 175 años atrás.
He resaltado algunos párrafos con negritas, aquellos que creía serían los más importantes y que guardan relación con lo que sucede actualmente.


"3 de noviembre de 1827 Nº 65
(La situación nacional)


La Nación Argentina se encuentra , por cierto en una situación muy particular. Después muchos años de revolución, tras haber pasado por todas las vicisitudes de la vida pública, todavía nos vemos obligados a discutir las bases fundamentales de aquellos principios sin los cuales no puede existir la libertad cívica. Parece que la opinión pública no ha tenido tiempo de definirse a favor de ninguno de ellos y, lejos de descubrir en el pueblo reglas invariables de conducta política, sólo encontramos una especie de oscuridad visible, un caos de ideas inconexas, expuestas a tomar direcciones contradictorias, de acuerdo con el acontecer de los hechos y con los hombres que se presentan en la escena pública.

Amigos sinceros de este país y cálidamente interesados en su gloria y su felicidad, deploramos esta incertidumbre en que se debate la opinión pública y haremos todos los esfuerzos, dentor del alcance de nuestros recursos y de la línea de imparcialidad que nos hemos trazado, para contribuir a desarraigar un mal que tememos fructificará con las consecuencias más desastrosas.

Ante todo, no es penoso ver la primera de las instituciones públicas, las elecciones, sometida a la irregularidad de una legislación ocasional y desprovista de una base firme que es la única que puede asegurar su permamencia. Sabemos que la legislación tiene un gran vacío en este aspecto tan importante; pero lo que la ley no ha hecho, debe hacerlo la opinión pública. Si el pueblo estuvira ilustrado sobre estas cuestiones, no veríamos de nuevo ahora la manzana de la discordia arrojada entre los partidos.

Los representantes del pueblo son la nación. Esta simple idea basta para demostrarnos cuán sagrado debe ser todo aquello que les concierne. Pero de todo lo que les atañe, nada es tan sublime como el acto mismo que le da existencia y este acto debería ser tan puro como la verdad, tan inviolable como la justicia, tan libre como la razón. Si fuera obstruído por pueriles argucias, si fuera sofocado por una influencia criminal o viciado por inútiles impedimentos y formalidades, no sería ya una elección; el pueblo sería despojado de su más valiosa prerrogativa y la representación nacional dejaría de existir.

Las maniobras que se utilizan para deteriorar, engañar o sofocar el derecho de elección, van en detrimento tanto de los que gobiernan como de los representados. Los primeros crean una máquina cuyos resortes son demasiado tensos para resultarles de alguna utilidad; los segundos ven los órganos de poder multiplicados por los mismos medios que deberían neutralizarlos y encuentran nuevos tiranos allí donde deberían encontrar protectores. De esta manera, la libertad parece en manos de quienes deberían ser sus defensores; los más sagrados vínculos de la sociedad se disuelven; queda una nomenclatura sin contenido y de todo esto resulta un régimen infinitamente peor que la tiranía, porque a todos sus excesos une la hipocresía de la forma y el escándalo de una perpetua falsedad.

En Inglaterra, la necesidad de luchar contra un poder que controla una parte de las elecciones ha obligado al pueblo a defender con cuidado singular la parte que permanece libre. Cuando la nación estuvo en peligro, ésa fue siempre el ancla que salvó los grandes intereses de la comunidad y, en tiempos de Carlos II, cuando hubo pasado el primer momento de entusiasmo producido por el retorno de un monarca tan perseguido, la nación no confió sus intereses sino a hombres expertos e integros. "Así fue, dice un escritor moderno, como, perseverando en una conducta que las circunstancias de la época hacían necesaria, el pueblo fustró los actos del gobierno y Carlos disolvió tres parlamentos sucesivos, sin otro resultado que esos mismos hombres, de los cuales esperaba haberse liberado para siempre, fueran reelegidos y se mantuvieran en la oposición".

Pero los efectos de una elección son mayores y más importantes, cuando se trata de un pueblo nuevo en la carrera de la libertad. En estos casos, todo debe ser creado y este acto solemne requiere no sólo integridad y patriotismo, sino también conocimientos y experiencia.

El espíritu partidario, empleado como arma eleccionaria en una crisis tan delicada, es un instrumento mortífero, que siega en sus brotes más todas las fuentes de salvación pública. El más pequeño mal se convierte entonces en fuente inextinguible de calamidades, así como la más mínima dislocación en las piezas que componen la máquina constitucional, vicia para siempre su juego y su funcionamiento.

En Inglaterra apenas se puede decir que haya una ley electoral. Unos pocos arreglos o previsiones legislativas, la mayor parte muy antigua y mucha de ellas municipales, constituye todas las normas de este importante acto. Pero la costumbre y el conocimiento práctico que los ingleses poseen sobre las formas y requisitos de una eleccion, compensan muy ventajosamente el silencio de la ley.
En las nuevas repúblicas de América no puede esperarse tal cosa, ya que carecen de esos recuerdos, del conocimiento práctico y de referencias al pasado; no tienen otra fuente de derecho que la ley escrita y esta ley debe prever todo y cerrar enteramente la puerta a la arbitrariedad, al error y a la duda.


No podemos menos que deplorar que esta República, después de tantos años de agitación, carezca de una regla segura con la cual regular sus elecciones. La ley que existe es muy lacóncia, vaga e imperfecta y así hemos visto, en época reciente, todas las teorías puestas en duda y los primitivos fundamentos del sistema republicano expuestos a decisiones subalternas. El resultado es que la representación nacional no está completa y no se sabe qué pasos dar para resolver la cuestión que ha surgido a raíz de las últimas elecciones en Buenso Aires y Baradero. Nadie negará que esto es un gran mal
." (1) Lapido, Graciela Beatriz, Spota de Lapieza Elli, Recopilación, traducción, notas y prólogo,The British Packet - De Rivadavia a Rosas 1826-1832, Ed. Solar /Hacchette, Bs. As., 1976, pp. 149-151


"8 de diciembre de 1827 Nº 70
(El Banco)

Hemos leído con atención el proyecto de ley presentado a la junta de la provincia relativo a la reforma del Banco. La importancia de la cuestión, a la cual están vinculados los más preciosos intereses de la sociedad nos obliga a aventurar algunas reflexiones acerca de las innovaciones propuestas. Quizás seamos acusados de dejarnos llevar por prejuicios nacionales y podrá decirse que hablamos del Banco de Buenos Aires como si estuviérmos tratando del Banco de Inglaterra, establecimiento fundado, en lo referente a su organización, en la razón y la utilidad pública. El Banco de Buenos Aires existe desde hace dos años, su carta de fundación es por diez años. Este es el principio fundamental que debe ser tenido en cuenta en cualquier discusión sobre el asunto.El acta de fundación tiene el carácter de contrato solemne durante el período estipulado para su existencia. Está bajo la protección del poder legislativo, tanto como la lista civil lo está del rey de la Gran Bretaña. Sería un error considerar un establecimiento de esta naturaleza como una emanación de las autoridades públicas, como efecto de la política del gobierno. Es el resultado de un acuerdo de un grupo de ciudadanos entre sí y de ellos con las autoridades legítimas.

La proyectada reforma afecta no sólo a los accionistas del Banco, sino también al gobierno y al público. Aumentar, por una parte, el interés de descuento y disminuir, por la otra, lo que el gobierno paga por su deuda, son dos cambios tan importantes que no sabemos, de ser admitidos, de que manera podrán afectar el equilibrio de la circulación monetaria.

El mundo comercial tendría motivos para lamentarse al comparar su situación con la del gobierno, pues, mientras los males de la guerra pesan igualmente sobre ambos, sólo una parte se ve favorecida.

El Banco tuvo autoridades constituídas y sancionadas por la ley y estas autoridades fueron elegidaspor los mismos accionistas. Nada más justo. En cuestiones que afectan los intereses particulares, las partes interesadas tienen perfecto derecho a elegir a quienes deberían dirigirlas.

El proyecto hace desaparecer esta estructura simple, somete los negocios del Banco a un poder extraño, forma una junta que va a dirigir la fuente principal del mundo comercial, deja abiertos a los ojos del profano los secretos de una institución respetable y pervierte toda las ideas sobre las cuales se han fundado establecimientos de esta naturaleza hasta el momento. ¡Como si fuera necesario introducir en una compañía de comerciantes la misma disciplina que se espera de un regimiento de granaderos!

El proyecto establece la progresiva amortización de los billetes, hasta que el Banco pueda pagar en especie. ¿Pero acaso indica cómo podrá realizar esto? ¿Determina el momento y la cantidad de barras de oro y plata con que los billetes serán reemplazados?

Del texto de la ley proyectada podemos inferir que se cree que la amortización de los billetes bancarios será suficiente para crear riqueza efectiva. Se olvida que el medio circulante, al ser retirado, exige su lugar sea llenado por algún otro medio de pago y que, para decretar la amortización de los billetes, es necesario tener a mano las especies que llenarán el vacío.

El Banco es el depositario de la confianza pública, es el eslabón principal de una cadena inmensa de intereses y el único sostén del crédito. Las innovaciones pueden afectar a toda la sociedad." (2) Lapido, Graciela Beatriz, Spota de Lapieza Elli, Recopilación, traducción, notas y prólogo,The British Packet - De Rivadavia a Rosas 1826-1832, Ed. Solar /Hacchette, Bs. As., 1976, pp. 160-162

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